Mi madrina Amelia Urroz, pianista y organista en la parroquia de Mendigorría, tenía un especial talento para acompañar e improvisar tanto el servicio religioso como las comidas y reuniones familiares. Este fue mi primer y afortunado contacto con la música en sus diferentes facetas: la clásica, la popular y la religiosa. Desde niño, estuve a su lado en la banqueta del órgano de la iglesia de San Pedro, ayudándole en la registración. Mi primera interpretación pública, tras unos pocos meses de estudio, fue precisamente en el colosal órgano parroquial. Siempre he considerado un privilegio el temprano contacto con la variedad tímbrica de este instrumento; su influencia en mi sonido y color pianísticos han sido determinantes.
Sin embargo, agradecido como estoy a mi tía, quien colocó mis manos en el piano, y a todos los profesores de mi juventud quienes me formaron muy bien en lenguaje musical y armonía, hasta mi providencial encuentro con Maite Ascunce, catedrática del Conservatorio de Pamplona con diecisiete años, mi formación pianística fue autodidacta. Uno de los mayores misterios de mi vida es que en mis años de primaria en el Colegio de los Jesuitas de Javier, nadie, incluido el excelente organista del que me nombraron asistente, accediera a la petición de mi padres (y a mi insistencia) para darme clases de piano. Esta foto recuerda esos años, donde “dirigía” cada domingo al simpático Padre Francés, con el objetivo de adecuar los tempi del organista al canto de los fieles, e incluso en alguna ocasión, decidir el repertorio e interpretar yo mismo.
En nuestra época, resulta difícil entender que un niño especialmente dotado para la música pueda desarrollarse como fue mi caso, pero contrariamente, todavía hoy encuentro con demasiada frecuencia alumnos con talento en peores condiciones, lo que me resulta particularmente doloroso. Esta es una de mis obsesiones en educación y donde debe mejorar notablemente la educación y toda la sociedad: la detección, fomento y desarrollo precoz del talento musical y artístico en general.
Me considero muy afortunado por haber tenido el privilegio de formarme con tres grandes pianistas y maestros, Joaquín Soriano en Madrid, Pnina Salzman en Tel-Aviv y Oxana Yablonskaya en Nueva York, herederos y transmisores de la mejor tradición pianística francesa y rusa del siglo XX. Joaquín Soriano fue alumno en el Conservatorio de París de Vlado Perlemuter, el gran pianista lituano afincado en Francia y alumno de Maurice Ravel y Alfred Cortot; posteriormente Soriano trabajó en Viena con mi admirado Alfred Brendel. Pnina Salzman se desplazó, con nueve años, desde su Palestina natal a París, invitada personalmente por el gran Alfred Cortot con quien se formó en la Ecole Normal y posteriormente con Magda Tagliaferro en el Conservatorio de París. Tocó periódicamente para Arthur Rubinstein y otros grandes pianistas de la época como Ignaz Friedman, Arthur Schnabel, Wanda Landowska y el español Ricardo Viñes, entre muchos otros. Oxana Yablonskaya es un exponente vivo de la mejor tradición del pianismo ruso que entronca, a través de sus maestros Alexander Goldenweiser y Tatiana Nikolaieva, con Anton Rubinstein y Theodor Leschetizky.
Siempre tuve un enorme pudor para pedir una foto a mis maestros; mi respeto, admiración y agradecimiento hacia ellos era y sigue siendo enorme. Muchos años después de regresar de Nueva York, pude reunirme con Joaquín Soriano y Oxana Yablonskaya en Madrid en una comida especial, en la que el recuerdo y el espíritu de Pnina Salzman, ya desaparecida, podía sentirse presente con toda la fuerza de su increíble carisma y personalidad. Por este motivo, por lo que muestra esta fotografía y por lo que se puede sentir pero no ver, esta es una de mis fotografías más queridas.
Durante la mayor parte de mi carrera fui muy reticente a grabar y especialmente, a entrar en el estudio de grabación. Mis ideas sobre la esencia de la interpretación musical, -un arte del sonido que, como tal, sólo existe en el momento mismo de la ejecución y que cuenta con la atmósfera del momento para su propagación-, eran totalmente contrarias a la utopía de “atrapar” ese sonido y esa atmósfera particular de cada concierto. Además, mi aversión al estudio deriva de una necesidad imperiosa de público para interpretar.
Tengo que reconocer, en cambio, que una de mis mayores fuentes de conocimiento fue siempre escuchar grabaciones de grandes pianistas, actividad a la que me entregué con verdadera pasión en mis años de estudiante. Quizás vivía en una contradicción, pero lo cierto es que hasta el año 2011 cuando una crisis personal estuvo a punto de apartarme de la música, no empecé a grabar con regularidad mis recitales y conciertos. En ese momento llegué a pensar que quizás, si no volvía a interpretar, apenas tendría nada que mostrar de la pasión a la que había dedicado casi cuarenta años de mi vida. Cuando decidí retomar la actividad después de un año sabático, volví con la convicción de grabar mis actuaciones en público, llegando, en un proceso natural pero no sencillo, al lanzamiento en 2015 de mi primera grabación comercial, ”Spain Envisioned”, en el prestigioso sello Ibs Classical. El disco fue grabado en tan solo dos días en los estupendos PKO Studios de Madrid. La historia posterior está llena de empeños de un buen número de amigos y excelentes profesionales sin cuya inspiración, entrega y generosidad hubiera sido imposible realizarlo. A todos ellos, Roberto, Caco, Luis, Fernando S, Paco, Natasha, Javier, María y Fernando D, gracias de corazón.
En el desarrollo de la carrera se producen como es natural muchos encuentros y en ocasiones, inevitablemente, también algún desencuentro. Sin embargo, en la mayoría de los casos la música sirve para acercar y sentir más sinceramente a los demás. Cuando hay empatía, uno de los mayores placeres de ser músico es poder compartir música con amigos. A lo largo de mi vida, interpretar música de cámara ha sido una constante. Muchas veces no resulta fácil, el estudio puede ser arduo, insatisfactorio incluso, puesto que no siempre se puede contar con el compañero hasta pocos días antes del concierto. Pero a lo largo de estos años, muchas de mis amistades han nacido fruto de colaboraciones camerísticas, incluso con personas con las que no existía relación previa alguna.
Personalmente, estoy muy agradecido, por lo mucho que me han enseñado, a todos los compañeros con los que en algún momento he actuado en público; algunos están alejados físicamente o desaparecidos ya, peros todos y cada uno de ellos están muy presentes en mi corazón. En muchas ocasiones, ellos han sido mi gran apoyo para sacar adelante uno de mis empeños personales más locos, difíciles y exigentes, un festival internacional de música en mi pequeña localidad natal. Esta foto de un ensayo para el décimo festival de Mendigorría se convertiría en la más publicada en los medios en aquella emblemática décima edición del festival 2013. Una foto que resume el afecto por mis colegas y compañeros así como el espíritu del Festival de Mendigorría, todavía intacto, después de tantos años.
Una gran parte de mi vida ha estado dedicada a la enseñanza. Si regresé en 1999 de Nueva York a España fue porque tuve la oportunidad de trabajar como profesor de piano en el Conservatorio Pablo Sarasate de Pamplona. Allí, durante tres años, además de preparar un grupo de excelentes alumnos pude trabajar también intensamente sobre mi técnica e integrar las influencias dispares que había tenido en mi formación durante los diez años anteriores. Desde el año 2002, cuando conseguí por concurso oposición una plaza en la Comunidad de Madrid, ejerzo la docencia en mi aula del Conservatorio Arturo Soria, por donde han pasado ya un buen número de alumnos que se dedican profesionalmente a la música.
También en Madrid, desde el año 2015, formo parte de uno de los proyectos pedagógicos más fascinantes de España: la integración de los estudios de grado, master y doctorado en interpretación musical en la Universidad Alfonso X el Sabio, así como la inclusión de los estudios de pregrado en el Centro de Alto Rendimiento Musical dependiente de ella. Desde mis años de estudiante en la Universidad de Tel-Aviv, una de las más prestigiosas instituciones educativas del mundo, he considerado que la música debe estar integrada en la universidad, donde se ve favorecida, y nunca mermada, por un ambiente intelectual, innovador y cosmopolita de primer orden. No puedo ocultar por tanto la convicción de que saldrán grandes profesionales en el futuro de este fantástico proyecto, donde se ha reunido a un grupo de intérpretes y maestros españoles e internacionales de primer nivel. Asimismo, es una gran satisfacción personal poder continuar la línea pedagógica de mis maestros en la universidad y tener la oportunidad de transmitir a mis alumnos el gran legado pianístico que yo recibí de ellos.
Siempre he sido defensor de acumular experiencia docente empezando desde los inicios. Personalmente, he disfrutado y aprendido mucho de la enseñanza elemental y profesional en todos estos años, acumulando un bagaje extraordinario para mi labor en el nivel superior y universitario. Si el alumno tiene talento y capacidad de trabajo, el nivel en el que se encuentre en su desarrollo es intrascendente, será siempre gratificante para el maestro, tenga el alumno siete o veinte años. Ejercer la docencia en un espectro tan amplio es siempre enriquecedor y prepara al maestro para detectar todos los problemas y carencias que puede tener un joven pianista, ayudándole de manera efectiva a solucionarlos. A los músicos jóvenes les aconsejo siempre que no descuiden acumular experiencia desde el nivel inicial, y que piensen en una carrera pedagógica a largo plazo. Este ha sido mi camino y puedo asegurar que me ha aportado conocimiento, seguridad y algo muy importante, tener paciencia y saber medir los tiempos con los alumnos y con uno mismo.
En el año 2004 comencé una de las mayores aventuras de mi vida. En numerosas entrevistas de radio y prensa he tenido que escuchar siempre a misma pregunta, ¿cómo y por qué decidiste fundar un festival de música en Mendigorría?. Mendigorría cuenta con un patrimonio y un entorno impresionante, es un lugar especial donde además he tenido la suerte de vivir mi infancia y parte de mi juventud. Me recuerdo admirando la hermosa torre y fachada de la iglesia de San Pedro desde muy pequeño; recuerdo el potente y variado sonido de sus campanas que acompañaban todas las horas del día y las fases de la vida. Muchas veces he pensado lo importante que ha sido en mi desarrollo haber tenido un contacto tan temprano y natural con la belleza arquitectónica y musical. Por ello, soy verdaderamente consciente de la importancia del arte en el desarrollo de la sensibilidad del ser humano.
Y esta es la respuesta a la eterna pregunta del principio: Al terminar cada edición del festival, encuentro una satisfacción inmensa por acercar la música a tantos amantes de la belleza, porque sólo esa inquietud por lo bello impulsa a los oyentes a asistir a cada concierto. ¿Es posible medir la capacidad de transformación del arte en una sociedad, en un ser humano? El mayor legado del festival está en el interior de cada uno de esos oyentes, de lo que ha significado en el pasado o significará en el futuro esa experiencia para cada uno de ellos y su reflejo en la formación, los valores y las actitudes de futuras generaciones.
Siempre he considerado que el ideal de belleza está en la naturaleza y por ello, me he inspirado en ella y defiendo hacer todo lo posible por conservarla y protegerla. Cuando la Mancomunidad de Valdizarbe me pidió colaborar en la campaña de concienciación del reciclaje de aceite usado de cocina, sentí una especial alegría, tanta como estar rodeado por numerosos aficionados y muchas jóvenes promesas -entre ellas varios Urroz- de la música de Mendigorría.
En la vida, los “encuentros” son numerosos, pero los verdaderamente importantes, se cuentan con los dedos de una mano. Desde niño he sentido una especial atracción hacia todas las artes. Mi primera gran pasión, antes incluso que la música, fue la pintura, a la que me dediqué con verdadera intensidad los primeros años de mi vida hasta bien adelantada la adolescencia, cuando la balanza empezó a inclinarse hacia la primera.
De todas las artes, la más lejana para mi fue siempre el cine hasta que conocí en Nueva York a Thea St. Omer (1973 – 2015), estudiante de cinematografía, en 1997. Compañeros de piso en la extraordinaria International House, residencia situada en el encantador Upper West neoyorquino, donde se alojaban casi mil residentes de espectacular currículo y sin excepción, brillante conversación, Thea se convertiría en apenas tres años de convivencia, en una de mis mayores referencias como ejemplo verdadero de artista. Un artista puede aprender de otro de su dedicación, de su exigencia y de sus valores morales, y en todo ello, Thea era espectacular. Tenía además la extraordinaria capacidad de mejorarle a uno como persona, hacerle más consciente de sus limitaciones, de sus prejuicios pero también de sus valores, de sus logros; lo conseguía sin esfuerzo alguno, con frases reveladoras, sin conversaciones tensas, acompañándote siempre con una sonrisa… un ser humano maravilloso en su honestidad y autenticidad. De Thea St. Omer nos queda un legado, no muy extenso pero único e increíblemente variado, de escritos, poemas, pinturas, y sobre todo, documentales y películas, todas controvertidas y arriesgadas, donde los que la conocimos sabemos que su corazón está presente en cada frase, todas sinceras, en cada escena, siempre alejada de todo snobismo, en cada mirada, directa y desnuda, y sobre todo, en la inmensa humanidad que desprende cada una de sus historias.
Ser músico, artista en general, es un gran don y un privilegio, sin embargo muchas veces, sumergidos como estamos en la búsqueda de la perfección y lo trascendente, incluso nosotros mismos perdemos la capacidad de valorar el esfuerzo, el desgaste emocional, la capacidad crítica y la exigencia personal a la que estamos sometidos en la carrera artística.
Desde el año 2011, mi necesidad de silencio y meditación ha derivado en un creciente interés por actividades relacionadas con la filosofía zen, como el diseño de jardines Karesansui, el trabajo en piedra Suiseki, el delicado arte Kintsugi, y sobre todo, el arte floral japonés Ikebana en un afán por buscar la paz dedicando tiempo a una actividad creadora de belleza en un ambiente relajado y pausado. Casi semanalmente, hacer Ikebanas es ya parte fundamental de mi bienestar, una hermosa manera de desarrollar tranquilidad espiritual y admiración por la naturaleza.
Desde mi infancia, el contacto con la naturaleza me ha aportado una especial alegría y también experiencias musicales únicas: disfrutar e identificar el canto de las aves. La jardinería es otra de las aficiones que ocupan mi tiempo libre. Siento una especial predilección por todas aquellas plantas cuya fragancia en hojas y flores engalana las tardes en el área mediterránea: higueras, jazmines, bojs, daturas, romeros, tomillos y lavandas.